baby boomers

 

 

Señores académicos, con todos mis respetos,  ¿les parece lógico que el Diccionario de la R.A.E, incluya el término inglés baby-sitter y sin embargo no figure  baby boom?

¿Realmente alguien -en su sano juicio- usa baby-sitter en lugar de canguro?. Me temo que no. Y, si precisamente, la frecuencia del uso de un término es causa de inclusión en el diccionario, ¿no se está utilizando muchísimo más baby boom que baby-sitter?

Señores  académicos, tengan Vds. en cuenta además que los denominados baby boomers, estamos llamados a constituir un grupo de presión de gran influencia social, (la correlación de fuerzas de Marx), a muy corto plazo y que la sociología, la economía, el mercado, la publicidad, la política, si, si, la política, nos van a tener en cuenta por razones muy obvias.  De todo esto,  ya avisó Frank Schirrmacher con su libro “El complot de Matusalén”. (Ed. Taurus, 2004).

Vamos a ser muchos, más longevos, mejor comidos, más sanos, más estudiados y con mayor capacidad de consumo que cualquier generación anterior. Bueno, pues ya es hora de hablar del significado del demográfico y onomatopéyico término, ”baby boomers”.

Baby boomer hace referencia a las personas nacidas durante el baby boom (explosión de la natalidad) que al término de la II Guerra Mundial y hasta mediados de los sesenta tuvo lugar en varios países anglosajones. En España, ese repunte de la natalidad, ocurre un poco más tarde, desde mediados de los cincuenta hasta la mitad de los setenta aproximadamente.

Como  consecuencia,  los nacidos en esas fechas pasan a considerarse como la generación del baby boom que sucedía a la llamada generación silenciosa y qué antecedió a la generación X. 

Habida cuenta del largo período en el que se incluyen los baby boomers, no creo que puedan considerarse un grupo uniforme. Los que nacimos mediados los cincuenta, experimentamos unas vivencias radicalmente diferentes a los nacidos a mitad de los setenta. Estos últimos, los considero sensiblemente más afortunados. Una visión subjetiva, sucinta, incluso algo pobre de aquella época, podría ser la que sigue.

A los primigenios nos tocó una época en la que aún  subyacían muchas cosas de la posguerra. Aquellos tres bustos de loza: el negrito, el chinito y el indio con su warbonnet de plumas que presidían un lugar determinado en las escuelas, bajo el crucifijo y el retrato del omnipresente, resultaban bastante paradójicos. Los que depositábamos, muy de cuando en cuando, unas escasas perronas en aquellas huchas del Domund, no nadábamos en la abundancia precisamente, incluso alguno, para su desgracia, no era menos paupérrimo que los representados en aquellas figuras que por otra parte,  lucían un aspecto muy saludable.

Más tarde en el instituto, los ejercicios espirituales. En el salón de actos agrupaban a todos los cursos aunque en distintos horarios para las chicas y los chicos y en la elevada tarima, allí estaban ellos. Curas jóvenes que con entusiasmo desbordante nos sometían a unas charlas previas a la confesión. A los chicos, nos hablaban del sexto y noveno mandamientos y para no ser muy explícitos, utilizaban un argot que con frecuencia no entendía. Luego, guardando turno fuera, volvíamos a entrar al salón donde estratégicamente ubicados en las butacas nos esperaban para confesarnos. Nos arrodillábamos ante ellos y a modo de confesionario,  te tapaban con su capa y allí año tras año, percibiendo en ocasiones su halitosis, empezaban a interrogarte con un único objetivo: lograr que confesaras ser discípulo de Onán y la frecuencia con que lo adorabas. Vistos con la perspectiva del tiempo,  creo que tenían una obsesión patológica.

En aquella época lo más transgresor que recuerdo lo constituían las inquietantes turgencias de los vestidos de Sarita Montiel en “El ultimo cuplé” y las versiones libidinosas de distintas estrofas de D. Juan Tenorio. Transgresiones las justas claro, aunque, tras Enid Blyton, Salgari y Julio Verne, con 15 ó 16 años pude leer “Anna Karénina” de Tolstói y aquello de Anna y el Conde Vronsky, transgredía radicalmente principios muy sólidos in illo témpore. Creo que a continuación leí “Tom Jones” de Henry Fielding que también tenía su cosa y además era divertida.

”West Side story”, aquella película con música de Leonard Bernstein, nos mostró de una manera brillante que los adolescentes existían y aunque fuera una edulcorada visión de las bandas juveniles, las coreografías y las canciones, transmitían un optimismo rompedor en medio de nuestra gris cotidianidad.

Estaban Jacques Brel y todas aquellas canciones de amor francesas, suaves, acariciadoras, cuyo hito más escandaloso fueron los jadeos de Jane Birkin en “Je t’aime… moi non plus” y claro, estaba Celentano y sus colegas italianos que año tras año estrenaban canciones bellísimas en el festival de San Remo.

Pero lo que realmente marcó mi adolescencia, fue la música popular anglosajona personificada fundamentalmente en The Beatles.

No entendía las letras de sus canciones, claro. En el instituto solo dábamos francés y en aquella época, era complicado encontrar un diccionario de inglés.  Cuando por fin consigo traducir “Twist and shout”, algo así como “Baila y grita”, me sentí decepcionado. ¿Ese era todo el mensaje?. Alguien más inteligente que yo,  me dijo: ¿Te parece poco?.

A nuestro país, con los Beatles llegó una moda rompedora: pelo largo, pantalones acampanados, en una muestra de radicalidad en la que convivían lo maxi con lo mini. Luego, de la costa oeste americana, vino el lema pacífico de los hippies, cuya forma de vida aquí imitaron algún que otro “joven con posibles”. De aquellos jóvenes floridos me quedo con su himno, aquella canción de Scott Mckenzie, “San Francisco”.

A finales de los sesenta, las casas empezaron a dotarse de lavadora, nevera y televisión. Esta última, nos permitió descubrir con algún retraso el cine negro americano y escuchar a Sam en “Casablanca” cantar “As Time Goes By”. En esta película había un emotivo alegato en contra del nazismo, expresado en aquella escena en la que se canta “La Marsellesa”. Además, Rick, el protagonista, había luchado en la Guerra Civil Española y aunque no se mencionaba, parecía que había estado en el bando de los malos.¿Había una versión alternativa a la Guerra Civil que nos habían descrito en los libros de texto?. Otra duda: ¿Porqué en aquel Mayo de 1968 los parisinos buscaban la arena de la playa bajo los adoquines?

Todo lo que se iba publicando de García Márquez, los cuentos de Cortázar, Vargas Llosa, (aquél Vargas Llosa), conformaron mis lecturas de los primeros setenta junto a una manoseada “Historia de la Guerra Civil Española” de Hugh Thomas, editada por Ruedo Ibérico en París. Los Beatles se empezaban a despedir con “Let It be” y poco después Harrison lanzaba “My Sweet Lord” en solitario. Luego, Lennon y su “Imagine”.

La muerte en 1975 de aquel señor, bajito pero omnipresente, coincide con el nacimiento de los últimos baby boomers, cerrando una época de grandes cambios. Época en cuyo vórtice se publicó “Hey Jude”. Mañana 30 de Agosto se cumplen 50 años de su publicación. Gracias Sr. McCartney.

 

 

 

 

 

 

Carnaval

 

Carnaval, carnestolendas, antruejo, ¿son sinónimos?. Se usan como tal, pero su etimología nos hace ver ciertas diferencias.

Antruejo: de entruejo, a su vez alteración del antiguo entroido y éste del latín introītus, entrada. Entrada a la Cuaresma.

Carnestolendas: Del latín carnis, carne y tollendus de tollere, quitar, retirar.

Carnaval: La escolástica  religiosa medieval intentó, mediante el sincretismo, adoptar como propias antiguas celebraciones paganas tales como el carnaval, pero a finales del siglo XX, hay una manifiesta unanimidad entre los especialistas al adjudicar su etimología a la deidad celta Carna, diosa de las habas y el tocino y creadora de la vida humana. La celebración en su honor, está vinculada a la llegada de la primavera, a las actividades agrícolas y a la fecundidad.

La gran complejidad del carnaval deriva de muchas celebraciones todas ellas paganas y este paganismo, concuerda con el sentimiento eminentemente lúdico con el que se festeja en todo el mundo. Por ello, también se considera al carnaval deudor de las fiestas dionisíacas griegas o de las antiguas fiestas romanas.

La mayor autoridad nacional en esta materia es Julio Caro Baroja (1914-1995). Su obra El Carnaval publicada en 1965 es como dice el propio autor “producto de casi 30 años de investigación solitaria y, generalmente incomprendida”.

Para Baroja, “El carnaval tiene muchas caras, muchas facetas, es demoníaco y libertino, une el sentido igualitario y el erótico, la fecundación y la locura, la obscenidad y la rebeldía, la risa y el terror”. “… Viene de una corriente subversiva, demoníaca, antisocial, humana, … encauzarla, domesticarla, es dejarla sin vida”.

El antropólogo Joan Prat y Caros, desarrolló un trabajo titulado El carnaval y sus rituales: algunas lecturas antropológicas. (1993). Este autor, enumera los rituales integrados en el carnaval: cósmicos, de fertilidad, de inversión y de ostentación.

El sentido primitivo de los rituales del carnaval, estaría relacionado con el tránsito del invierno a la primavera y es una alegoría del espíritu de fecundidad de la naturaleza renacida. Las Lupercales romanas son ejemplo de fiestas en las que se celebraba la fecundidad. Tras el sacrificio de algunos machos cabríos, su piel se cortaba en tiras con las que jóvenes hijos de patricios, casi desnudos, fustigaban a los que hallaban a su paso; las mujeres jóvenes no rehuían los azotes pues favorecerían su concepción.

Las comilonas de carne de cerdo y las abundantes libaciones no eran un hecho cotidiano para las clases populares, de esta manera, la normal escasez se invertía en una gran abundancia. Ejemplos festivos de rituales de inversión serían las Saturnales y Matronales romanas y las fiestas de los locos medievales.

Durante las Saturnales, los esclavos disfrutaban de insólitas libertades e incluso sus amos los servían, invirtiendo la jerarquía. Siervos y esclavos salían a las calles y al grito de ¡Saturnalia!  se dedicaban a divertirse. En las Matronalias, las mujeres gozaban durante el día fijado de autoridad sobre sus maridos y hombres en general. Pese a todo, estos rituales de inversión, no constituían un peligro para el orden establecido, al contrario, lo reforzaban.

La implantación progresiva del cristianismo fue asumiendo las celebraciones e incluso, la jerarquía eclesiástica fue pionera en la continuidad de los rituales de inversión autorizando que durante un día monaguillos, subdiáconos y diáconos, se convirtieran en las mayores autoridades de la Iglesia. Los laicos celebran las llamadas “fiestas de los locos” que mantienen manifestaciones irreverentes y burlescas sobre el poder establecido pero progresivamente, se incrementa la participación de grupos de cierta relevancia social. Así, burgueses, comerciantes y aristócratas, comienzan a tener sus propias comparsas desfilando en carruajes, enmascarados y disfrazados. Al rivalizar entre sí las distintas comparsas, se hacían grandes gastos para mostrar las riquezas y el prestigio social de cada grupo.  La ostentación derivó en algo que aportaba prestigio a la ciudad que comienza a subvencionar los festejos para su mayor éxito.  El mejor ejemplo del mayor protagonismo de la burguesía y la nobleza, se produce en la Florencia de los Médicis. En estos carnavales renacentistas, la sofisticación de las carrozas  y disfraces alcanzan su mayor apogeo, contando para ello con la colaboración de los artistas de la época.

Hoy los carnavales, siguen combinando los rituales históricos en que se basan, mezclando elementos incluso contradictorios, en una eterna demostración de su gran complejidad.

Durante el carnaval recientemente celebrado, se ha podido ver en un telediario, un personaje disfrazado de presidente de gobierno. En su irreverente, burlona y cínica alocución dedicada a la juventud, les conminó a ahorrar para su jubilación y la educación de sus futuros hijos. La caracterización era absolutamente genial. Quizá demasiado.

Androide

“… Todos estos momentos, se perderán como lágrimas en la lluvia. Es la hora de morir.”

Así concluía su última reflexión el replicante Roy Batty, momentos antes de que finalizara su ciclo funcional en una sobrecogedora escena de la película “Blade Runner”, (Ridley Scott – 1.982). Y, ¿qué era un replicante en dicho film?. Pues ni más ni menos que un sofisticado robot androide de una perfección tal que se confundía con un humano. De hecho, al saber que se acerca la hora de su obsolescencia programada, siente una gran nostalgia por las experiencias “vividas”.

Como androide, se define un robot de figura humana. Viene del griego andrós, hombre y del latín oīdes, apariencia, imagen. Coloquialmente, androide se refiere a los robots con apariencia masculina o femenina, aunque existe el término ginoide para estos últimos.

Si buscamos antecedentes, tenemos que ir -como en casi todo- a la Grecia clásica. En la mitología griega Hefesto, era el dios del fuego, de la forja y de la metalurgia y además era feo con avaricia, pese a lo cual, su pareja era … ¡Afrodita!. Claro que ella le era infiel con Ares, dios de la guerra. Hastiado de su infeliz matrimonio, Hefesto creó en su fragua las “doncella doradas” que eran dos ginoides de oro, con apariencia de hermosas jóvenes,  inteligentes, locuaces y con otras habilidades no menos dignas de consideración.

La secuela actual de las “doncellas doradas”, para un determinado tipo de tareas, podrían ser las real-dolls sex-dolls que ya no son de oro sino de una silicona que emula la piel humana. Tampoco son inteligentes ni locuaces, aunque al parecer estas cualidades no tienen gran demanda.   La perfección de estas ginoides va en proporción directa a su precio, llegando a alcanzar varios miles de Euros.

En la literatura, encontramos un antecedente insoslayable: El androide que aparece en la novela de Mary Shelley,  “Frankestein o el moderno Prometeo” (1.818). En este caso el Dr. Frankestein crea un humanoide uniendo, mediante costurones más o menos sutiles, distintos trozos de cadáveres. Lo de Prometeo nos lleva de nuevo a la Grecia clásica. La alusión viene a cuento de que si Prometeo les había sustraído a los dioses el fuego, Frankestein le arrebataba a Dios la capacidad de crear vida nada menos. Pese a su fealdad, el que podíamos considerar el primer androide biónico, resulta un ejemplo de la teoría del “buen salvaje”, tan grata a los ilustrados franceses de finales del XVIII: La naturaleza del hombre es ser bueno, es la sociedad la que lo malea.

Hombres y androides siguen hoy unas líneas de progreso paralelo y es posible que en un futuro lleguen casi a confluir. Hasta ahora, una de las diferencias la constituye el mayor o menor uso de elementos artificiales: Se cuenta que ya hay humanos a los que se les injertan chips capaces de dirigir la conducta y por el otro lado, los androides ya no son íntegramente artificiales dado que se están utilizando células vivas para alguna de sus funciones. Unos y otros, los ciborgs (organismos cibernéticos) y los androides biónicos, tienden a semejarse cada vez más. Y esto es … ¡muy inquietante!.

El temor viene determinado por el riesgo de que los androides se “pasen de listos” y los problemas que ello acarrearía. Al mismo tiempo, hay otro peligro latente no menor: ¿En qué se acabará convirtiendo el ser humano?.

Un experto en esta materia, el israelí Yuval Noah Harari, autor de dos ensayos revolucionarios, “Sapiens” y “Homo Deus” nos dice: “Homo sapiens desaparecerá a causa de usar la tecnología para cambiarse a sí mismo. Se convertirá en algo distinto”. Y añade: “Aún estamos a tiempo de utilizar la tecnología de otra manera y dar más importancia a la conciencia que a la inteligencia”.

Lo que ya es un hecho cierto es que los robots, androides y no androides, están sustituyendo al hombre en cada vez mayor número de puestos de trabajo y las consecuencias son inciertas. Una medida lógica y muy necesaria sería que de alguna manera, los robots contribuyeran a la financiación de la Seguridad Social en proporción directa a los empleos que destruyen.

La lista de profesiones susceptibles de ser ejercidas por robots, se amplía progresivamente. ¿Cabe ser optimistas y pensar que ello redundará en una mayor calidad de vida para toda la humanidad?

¿Podemos imaginarnos un androide ejerciendo como político?. Sus algoritmos de funcionamiento, lo harían inasequible a la corrupción, cumpliría todas las promesas efectuadas durante la campaña electoral, actuaría a instancias del interés general. Tendría la capacidad de avergonzarse, de reconocer sus errores, de dimitir cuando procediera… en caso de avería o manipulación fraudulenta de la programación que lo llevase a cometer un disparate, algo insólito o impensable como por ejemplo jugar al Candy Crush mientras preside el Congreso, supondría el apagado y desguace inmediatos y su posterior traslado al Punto Limpio más cercano. Bueno, después de todo, creo que sería preferible un político humano y honesto que también los hay.

Escrúpulo

Finales  de Noviembre de  1962, hacía un mes que había cumplido nueve años y aquel día en la  escuela, nos tocaba ejercicio de redacción. El tema era sobre la figura de José Antonio Primo de Rivera. Como quiera que resultaba muy difícil no repetir alguna de las múltiples alabanzas que la Enciclopedia Álvarez dedicaba a José Antonio, acabé poniendo, para ser original, la siguiente frase: “Era una persona con muchísimos escrúpulos…” 

Cuando  el maestro, Don José, leyó mi redacción, me llamó a su mesa y me dijo: “Está muy bien, pero los escrúpulos, ni ninguno ni muchísimos. Hay que tener los justos Juan, los justos.”

Me dirigí a mi pupitre sumido en un profundo desconcierto. Si una persona sin escrúpulos era un desalmado, un inmoral, un malvado, en definitiva una mala persona, la antítesis tendría que ser alguien bondadoso, honesto, compasivo, magnánimo, en definitiva una muy buena persona.

Años más tarde,  comprendí que tener muchos escrúpulos equivale a lo que en términos coloquiales se define como un  rompehuevos y que por otra parte, en la bolsa de la vida, el escrúpulo cada vez cotiza menos, con lo que un acopio excesivo resulta inconveniente.

Pero, ¿cuál es el origen de escrúpulo?.

” Tomado del latín scrupulus, propiamente guijarro pequeño y puntiagudo… aludiendo a la pedrezuela metida en el calzado del caminante”. (Joan Coromines. Breve diccionario etimológico. Ed. Gredos 2008).

Así pues, a partir de los millones de escrúpulos que acabaron incordiando en las cáligas  (sandalias) de los legionarios romanos en sus correrías por medio mundo, se consideró que realmente eran un verdadero obstáculo para el avance hacia el destino. Y, convencionalmente, como metáfora, vinieron a significar los obstáculos que nuestra escala de valores pone ante cualquier acto de cuya moralidad dudamos.

¿Existen escrúpulos en el reino animal (irracional)?. Pues la verdad es que no. Todo se reduce a comer y ser comido y no ha lugar a escrúpulos derivados de la compasión o la piedad.  El depredador elige la presa que considera más propicia, generalmente un espécimen muy joven o un adulto lisiado. Las garantías de éxito del ataque son sensiblemente mayores, el gasto enérgetico menor y el riesgo de daños propios se reduce considerablemente. Es la Ley de la Selva.

¿Existen escrúpulos en el reino animal (racional)? Pues la verdad… hay un poco de todo. Cuanto más próximos al poder, en sus múltiples manifestaciones, más difícil es su concurrencia. Las decisiones globales que toman unos pocos y que afectan a unos muchos, avanzan libres de obstáculos hacia la consecución de unos fines que solo en contadas ocasiones son moralmente irreprochables. Es la Ley del Mercado.

Recientemente, un espécimen del reino animal racional cuyo porte, fuerza, poder, armas, le podrían hacer equivalente en el grupo irracional a un león, ante los reproches por su responsabilidad en el saqueo habido durante la crisis económica, vino a confirmar que las gacelas tullidas que se había comido se debía a que “¡es el mercado, amigo!”.

Me imagino que como su interlocutor era un congresista, lo trató de amigo. De acuerdo con la arrogancia con la que se manifestó, bien pudo haber dicho: ¡Es el mercado, jilipollas!.

El día de su detención la policía científica, pese a la utilización de los medios más sofisticados, no consiguieron hallar rastro de escrúpulo alguno dentro de los innumerables zapatos que se encontraban en la vivienda.

Estraperlo

Mientras la intelectualidad de la época divagaba en torno a propuestas tan sublimes como España es una unidad de destino en lo universal o Por el imperio hacia Dios, los menos ilustrados se ocupaban de conceptos más prosaicos tales como las cartillas de racionamiento, entre otras divagaciones en torno a como soslayar el hambre.

En nuestra posguerra incivil y hasta mayo de 1952, se utilizó el sistema de las cartillas de racionamiento como método de conseguir un reparto efectivo a la población de los alimentos de primera necesidad dada la escasez de los mismos.

Se establecieron, en función de la edad y el sexo, las raciones individuales de cada uno de los alimentos básicos que se obtenían mediante la entrega de unos cupones y a unos precios regulados.

Habida cuenta de que las raciones tendían a la precariedad y que a los proveedores el sistema de los precios tasados no les hacía precisamente felices, surgió por generación automática un mercado paralelo.

En el mercado negro los precios se disparaban. Un Kg. de azúcar se llegaba a pagar a 20 pesetas, mientras su precio regulado era 1,90. La calidad tampoco era la misma, los productos del mercado ilegal eran sensiblemente mejores.

En esta economía sumergida participaron la mayoría de ciudadanos, unos para sobrevivir y otros para enriquecerse. Los que obtenían productos de la tierra, mediante el trueque accedían al azúcar, aceite o café. Comían pan de maíz dado que el trigo se cotizaba mucho más. Benigno, un amigo nacido en 1945, en cuya casa cosechaban trigo, cuando alguien le ofrece borona, la rechaza y dice solemnemente: Hasta que haya otra guerra no volveré a comer pan de maíz.

Y si, también hubo gente que de la escasez obtuvo abundancia. El historiador Julián Casanova nos dice: “… casi todos los ciudadanos trapicheaban para saciar el hambre, arriesgándose a grandes castigos, (mientras) los grandes estraperlistas, personas protegidas por el poder, hicieron enormes fortunas.”

Este mercado ilegal, recibió un nombre realmente curioso: Estraperlo. El origen de la palabrita se lo debemos a unos holandeses que no eran holandeses sino más bien alemanes aunque tenían pasaporte mexicano. Sus nombres eran Strauss, Perle y Lowann y  la marca de la ruleta eléctrica que habían patentado,  Straperlo.

Corría el año 1934, cuando para conseguir las autorizaciones necesarias para la explotación en los casinos españoles del artilugio, contactaron con Lerroux, líder del Partido Radical qué influyó en el Gobierno para la tramitación de los permisos. Con posterioridad a su consecución, la policía prohíbe el negocio por fraude, al descubrir que hacían trampas. Mediante un botón, alteraban las jugadas propiciando como ganadora a la banca cuando así lo decidían. Entonces,  Strauss, pretendiendo conseguir una indemnización, remitió un amplio dossier al Presidente de la República, Alcalá Zamora, en el que detallaba todos los sobornos pagados a Lerroux -a la sazón Presidente del Gobierno- a sus familiares y amigos. Alcalá Zamora mostró el dossier a Lerroux quién respondió que no iban a poder probar nada. No obstante una comisión parlamentaria concluyó que se había vulnerado la ética en la gestión de los negocios públicos, señalando la culpabilidad de Lerroux y varios miembros del Partido Radical. Como consecuencia, todos ellos dimitieron inmediatamente lo que contribuyó además,  al fin del bienio conservador.

Desde entonces, estraperlo, es sinónimo de mercado negro, chanchullo, tejemaneje, trampa…

En el contexto actual, sesenta y cinco años después de la extinción de las cartillas de racionamiento, se podría decir que Lerroux y sus adláteres, eran unos pardillos. Volviendo a Julián Casanova: “ Aunque la historia nos enseña alguna que otra lección, lo que ocurre en la actualidad, convierte en minucia las corruptelas del pasado.”

Pasquín

 

Pasquín es una palabra con una sonoridad peculiar: Pas…quín! Su alegre final contrasta con la triste realidad de su uso cada vez más infrecuente.

Bien, pues pasquín existe gracias a un sastre italiano. Ricardo Soca en La fascinante historia de las palabras, nos habla de la existencia en Roma del fragmento de un grupo escultórico (Menelao llevando el cadáver de Patroclo), posible obra helenística  del Siglo III a. de C. que en 1501 fue trasladado a otro lugar de la ciudad ubicándose frente al taller de un sastre llamado Pasquino, nombre que trascendió primero a la estatua y posteriormente a la plaza en que se encuentra. Pasquino era conocido por sus sátiras contra las más altas autoridades, incluyendo al Papa. Al parecer comenzó a colocar sus cáusticos escritos sobre la mencionada estatua y de ahí surgió todo.

En el Siglo XVI se incorpora al español la palabra pasquín con sus acepciones actuales pudiendo utilizarse como sinónimos cartel o pancarta. Mientras, pasquinada es una crítica o una sátira.

En la literatura hay unas estupendas muestras del peligro que puede acarrear un determinado uso de los pasquines. En la novelita La mala hora, García Márquez narra como un pueblo tranquilo, sedado por el calor, experimenta en muy pocos días un estallido de asesinatos derivados de unos pasquines que amanecieron pegados en las puertas. Sus textos eran chismes que aludían a probables enamoramientos  entre personas formalmente casadas y otras ajenas a los respectivos matrimonios.

Hoy, gracias a los avances electrónicos, los pasquines trascienden  lo local y como dijo McLuhan llegan a toda la aldea global. Se cuelgan en las redes sociales, aunque evidentemente ya no se llaman así. El muro donde se pegan se llama Facebook y en otros casos, el mensaje contenido en un máximo de 140 caracteres recibe el nombre de tuit. No deja de sorprenderme la posibilidad que tenemos hoy de disfrutar de manera instantánea a su publicación, de los tuits del Sr. Trump, pura prosa poética paradigma de bonhomía.

A pasquín se podrían asociar los conceptos de fake, fake news o el recién incorporado por la R.A.E.,  posverdad, en cuanto a su carga de falsedad maliciosa que intenta pasar por real, la mentira más burda. Con los medios actuales y con mucho dinero, se crean opiniones interesadas de los pocos sobre los muchos. Ya en 1995, Chomsky y Ramonet, nos contaron en Como nos venden la moto, el uso de estos ardides hoy en pleno apogeo.

La gran paradoja de la posverdad lo constituye el hecho de que quienes hacen uso y abuso de tal concepto, nos pretenden convencer que luchan con denuedo para evitar las informaciones falsas, tendenciosas y maliciosas:

– Vamos a prohibir la difusión de mentiras en las redes sociales mediante su penalización.

– Ya, pero hay que tener cuidado.

– ¿ … ?

– Hombre, pues que …

– Aaaah, claro, me refiero a las ajenas. Solo a las ajenas.

Asesinos

La etimología depara en ocasiones sorpresas tales que la convierten en un pasatiempo gratificante. ¿Sabéis cual es el origen de la palabra asesino? Pues éste es un ejemplo que ilustra sobre las razones de mi afición por dicha ciencia.

Al parecer, el término asesino proviene del persa  haschishiyoun (consumidores de hachís). Situándonos en la Persia del siglo XI, un temible señor de la guerra -El Viejo de la Montaña- imponía desde el castillo del Alamut un diktat de terror a todos los gobernantes de la zona -emires, califas, visires- a los que ordenaba asesinar si no acataban sus rigurosas ordenanzas. Para ello se valía de los componentes de una secta por él fundada y a quienes llamó los Assassiyoun (fieles a Assas) que ejecutaban sus exterminadoras instrucciones con tanta habilidad como fiereza y fanatismo.

Los cruzados con sus idas y venidas por lo que vieron, o les contaron, contribuyeron a crear un mito sobre el ardor guerrero de la secta en cuestión y como consecuencia de las similitudes fonéticas, mezclaron hachís y Assas, liándola definitivamente:

– Cruzado 1: ¿Tu ves como pelean estos tíos?. Para mi que se ponen ciegos de algo, porque es imposible, macho.

– Cruzado 2: ¡Claro colega!. Van puestos hasta las orejas. Les llaman los Asesinos porque le dan al hachís cosa fina.

Más tarde Marco Polo pasando por allí camino de China, abundó en el mismo error cuando describió la leyenda, elevando a definitivo que los Asesinos combatían con tal fiereza porque iban colocadísimos de hachís.

Pasados varios siglos, el mito del guerrero oriental narcotizado se había asentado de tal manera que según nos cuenta Lukasz Kamienski en su libro Las drogas en la guerra (Ed. Crítica) “… en mayo de 1809, el prominente lingüista y orientalista francés Silvestre de Sacy … confirmó que el término asesino deriva de la palabra árabe para el hachís”. Bien, aquí podría decirse aquello de que si non e vero, e ben trovato y por tanto asesino viene de hachís y punto. Pero Kamienski no lo cree así y considera que “… aunque los Asesinos no utilizaran opio o hachís… la leyenda mantiene toda su fuerza creando el arquetipo de guerrero y terrorista no occidental: Fanático, malvado, impávido y narcotizado”.

Por otra parte, existe un autor apócrifo que considera incompatible dirigirse a asesinar a alguien riendo a carcajadas, “cantaría mucho”, sostiene.

Persistiendo en el binomio guerra / drogas y retrotrayéndonos al año 50 a. C., Julio César nos contaba en su obra “La guerra de las Galias” que en esa época La Galia había sido ocupada por Roma. ¿Toda?. Según Goscinny, no. “Una aldea poblada por irreductibles galos resistía todavía al invasor”. Al parecer la causa de tal resistencia se debía a un brebaje que el druida del poblado suministraba a los guerreros antes del combate, pero esa… es otra historia.